Manuel Gálvez - Sentido heroico de la vida. III
ESTE PUEBLO NECESITA UN SENTIDO HEROICO DE LA VIDA
Durante más de medio siglo de vida independiente fue un pueblo heroico el argentino. Fue heroico porque emprendió altos hechos y por su valor en las guerras. Y fue, principalmente, heroico porque no concibió la vida como placer, sino como sacrificio, como abnegación, como austero deber. Los gauchos que formaron en los ejércitos de la Independencia, los caudillos de las contiendas civiles, los soldados que morían en la guerra del Paraguay, los fundadores de estancias en las fronteras, no sólo eran admirables porque sabían pelear y morir, sino también porque eran hombres enérgicos y fuertes, capaces de amar y de odiar, de sucumbir por la Patria o por su provincia, por el jefe a quien seguían o por el partido en que militaban. No eran sensuales, ni afeminados, ni débiles de carácter, ni tímidos ante la vida aquellos hombres.
¿Qué ha pasado después? Todos lo sabemos. En aquellos años éramos austeros y fuertes porque éramos pobres. Pero la riqueza, al venir sin esfuerzo, comenzó a debilitar el carácter de los argentinos. ¿Para qué recordar aquellos desgraciados tiempos del 90? Nada aprendimos entonces, y, después de una reacción demasiado breve, volvimos a amar la vida cómoda y los placeres materiales. Y mientras tanto, millares de extranjeros venidos de Italia, de España, de otras regiones de Europa, habían hecho fortuna a costa de largos trabajos y de penosos sacrificios. Pero sus hijos argentinos, que ignoraban ese heroísmo, al sentirse con el dinero que no habían contribuido a ganar, lo utilizaron para sus vulgares placeres. Estos hombres se incorporaron al espíritu del ambiente, se mezclaron con los demás argentinos. La guerra, que en Europa despertó el heroísmo de los pueblos, aquí no podía producir ese efecto. Y en cambio, Europa nos ha contagiado una buena parte de sus malsanos sentimientos de la post-guerra, de sus tremendas inquietudes.
Este pueblo no tiene ningún concepto serio de la vida. Aquí no se ama el esfuerzo por el esfuerzo, ni se ama la lucha, ni se ama la creación. Todo se hace con vistas al dinero. Y no es que sea malo el ganar dinero. Al contrario, lo considero excelente. Lo malo es no tener entusiasmo por nuestra obra o por nuestro oficio, y realizar las cosas pensando en las comodidades o en los placeres que nos procurará el dinero. ¿Quién no ha oído decir a algún estudiante: “yo sigo mi carrera sólo para ganar plata”? ¿Quién no ha oído decir a tal o cual abogado que él sólo ejerce porque la profesión le produce? ¿Abundan entre nosotros los hombres que se consagran a una actividad científica, o literaria, o artística, o industrial, o comercial, por amor a la ciencia o al arte, o por realizarse en una empresa interesante o útil?
Somos un pueblo de gentes escépticas. Somos, o parecemos, incapaces de grandes acciones. Superficiales, sin idealismo, sin honda cultura, sin serios sentimientos morales, sin pensar en otra cosa que en el placer o en la conveniencia el momento, hemos sugerido a los europeos la observación de que constituimos un tipo de inferior de humanidad. ¿No es esto doloroso y aun humillante? Nosotros sabemos que hay en el argentino excelentes capacidades. ¿No sería el momento oportuno, en esta espantosa crisis de todos los valores morales, para que reaccionáramos?
¿Y cómo se reacciona? Yo creo que existe un deseo general de renovación. Hay millares de argentinos que consideran intolerable el estado moral de este país. Hay, sobre todo, millares de mujeres entusiastas y patriotas, capaces de contribuir al despertar de la Patria. Debemos hacer justicia a las mujeres: ellas son, hoy por hoy, lo mejor entre los argentinos. Ellas son capaces de los mayores entusiasmos, de sacrificios, de abnegaciones, de proselitismo. Todo estaría en inculcarles algunas ideas prácticas, en llegar a su corazón de buenas patriotas, como lo son millares de ellas.
Pero la reacción tienen que iniciarla los hombres, aquellos que están ajenos a los partidos políticos, los que no están contaminados por los bajos intereses de la politiquería. En otro capítulo dije que el patriotismo no podían crearlo aquellos que están arriba. Se trata de un sentimiento íntimo. Pero si no el patriotismo, creo que sí puede hacer mucho el gobierno para crear en los argentinos un sentido heroico de la vida. Claro que estas palabras tienen un significado muy complejo, por cuanto heroísmo quiere decir, entre muchas cosas, pasión por el esfuerzo y por el trabajo, por la lucha y por los ideales; quiere decir capacidad de renunciamiento a la vida cómoda y muelle; quiere decir el abandono de algunas de nuestras ventajas en bien del país y de todos. Y no sólo pasión sino realizaciones, o intento de realizaciones, aunque se fracase. El gobierno puede dictar leyes o decretos que fomenten la austeridad o disminuyan los hábitos sensuales. ¿No son magníficos esos campamentos de jóvenes que se han creado en Alemania, en los que se practica la más rigurosas vida austera? No soy ni puedo ser contrario a las diversiones, pero ¿no podrían las autoridades intervenir en esa lenta y formidable obra de corrupción que significa el cinematógrafo? ¿Han de permanecer insensibles los poderes públicos ante la relajación de las costumbres, que avanza en una forma alarmante? No soy enemigo del tango, que me parece admirable de colorido y de sentimiento, ¿pero es posible que las autoridades permitan que se difundan por todas partes, entre las muchachas y entre los niños, las letras de los tangos, que no hablan sino de vicios, de “orgías”, de los más bajos placeres?
Pero no pretendo dar ideas a los hombres de gobierno. Supongo que ellos saben más que yo. No he sido nunca gobernante ni lo seré jamás. Soy nada más que un escritor, un hombre que se duele por lo que es hoy su Patria, un hombre que mira el porvenir y se horroriza. Pero aunque sólo sea un escritor, yo sé que por mi intermedio están hablando millares de hombres y de mujeres, cuya congoja yo no hago sino interpretar y recoger en estas páginas sinceras.
Hay mucho que trabajar para crear entre los argentinos un nuevo sentido de la vida. Primero, es preciso corregir, demoler, borrar, purificar, o destruir todas aquellas costumbres o tendencias que respondan a una malsana o pobre o insignificante concepción de la vida. Hay que combatir la vanidad, que es el mayor de nuestros vicios, como hay que combatir esa dejadez tan característica de los argentinos, el postergarlo todo para el otro día, la enfermedad nefasta de no resolverse nunca. ¡Hay tantas cosas que combatir!
Y después, o paralelamente, debemos trabajar por crearnos un sentido serio de la vida. Pero no solamente serio sino también un tanto religioso, en un concepto amplísimo del término. Un concepto de vida que he querido resumir con la palabra “heroico”, palabra que tiene hoy un vasto contenido y que suscita ideas de juventud, de entusiasmo, de austeridad y de todas las virtudes del hombre fuerte.
Gálvez, Manuel: Este Pueblo Necesita…, Librearía de García Santos, 1934, pp. 31-38.