Fuente: Revista Digital Caminopropio. Por Roberto Ferrero. 6 de febrero del 2008.
LA NATURALEZA DE LA LUCHA POLÍTICA EN LOS PAISES DEPENDIENTES
¿socialismo o nacionalismo?
I
La palabra “socialista” ha aparecido infinidad de veces asociada a los partidos de izquierda liberal de América Latina: el Partido Socialista clásico de Juan B. Justo y Repetto y sus descendientes: el Socialismo Democrático de Américo Ghioldi y el Partido Socialista Argentino de Palacios; el Partido Socialista Internacionalista, primera denominación del PC; el Partido Socialista Obrero, disidencia del juanbejustismo en los años ’30; el Partido Socialista de Vanguardia, de Lattendorf y Tiefemberg, escindido del PSA en los ‘60; el Partido Socialista Unificado de Simón Lázara, núcleo apenas porteño; el Partido Socialista Popular fundado por Guillermo Estévez Boero, el actual Partido Socialista Auténtico que sostiene a “Pino” Solanas. En 1942, la amalgama de todos los grupos trotskistas del país dio lugar a la constitución del Partido Obrero de la Revolución Socialista (PORS).En Uruguay, Emilio Frugoni funda en 19l0 el PSU, de base itálica y colorado-mitrista; Emilio Recabarren, después de haber militado en el juanbejustismo argentino, crea en Chile el Partido Socialista Obrero; en Bolivia, un pequeño Partido Socialista obtiene un diputado nacional y en Río de Janeiro surge en 1917 la “Unión Socialista”, de tendencia bernsteiniana. Todos se hallaban bajo la influencia del “maestro” Juan B. Justo y el socialismo argentino, que –como dice certeramente Julio Godio- “cumplía en nuestro continente, en menor escala, el mismo papel que durante esos mismos años cumplía la Socialdemocracia alemana en el plano europeo e internacional”. El Partido Socialista de Puerto Rico, aún más a la derecha de Justo, era directamente proyanqui y anexionista. Carácter más nacional tenían el Partido Socialista Revolucionario de Colombia, que era un partido obrero basado en los sindicatos, y el PS Cubano, fundado por Carlos Baliño, que había luchado en la manigüa junto a José Martí. Igualmente el Socialismo peruano de José Carlos Mariátegui, que a su murete fue copado y esterilizado por el stalinismo .
A su vez, en la gran corriente de ideas de la izquierda nacional, se utilizó la palabra socialista en dos formaciones: el Partido Socialista de la Revolución Nacional y el Partido Socialista de la Izquierda Nacional, que fueron animados por Jorge Abelardo Ramos, sobre todo el último, el PSIN
II
¿Se justificaba este uso abundoso de la palabra socialista en la política popular de nuestros países? Creemos que no.
Una política “socialista” significa, por definición, una política antiburguesa, vale decir: una acción revolucionaria encaminada a derrotar políticamente a la burguesía nacional y desalojarla del poder para sustituirla por un gobierno del proletariado. Esta es una verdad sin refutaciones en los países metropolitanos, sean imperialistas o no, ya que en ellos la clase de los burgueses nacionales es la clase hegemónica de cada una de aquellas formaciones económico-sociales.
Pero muy otra es la realidad de los países dependientes, coloniales y semicoloniales. En éstos, la burguesía nacional, lejos de ser la clase dominante, es un estrato sujeto a continuas peripecias, sin poder político o muy escaso, atada a los vaivenes del ciclo económico internacional y a la alternancia de políticas proteccionistas y librecambistas. En estos países, la clase dominante es el bloque de la oligarquía (terrateniente- vacuna, minera o fazendeira), la burguesía comercial “compradora” y las grandes empresas imperialistas y las finanzas. De manera que llevar adelante una lucha “socialista” (contra la burguesía nacional, por definición), es perder de vista al enemigo principal: las fuerzas del imperialismo extranjero y sus aliados nativos. Una política de esta laya, deja en la sombra al bloque dominante explotador y centra su luz en la raquítica burguesía nacional, con gran satisfacción del primero. Esto explica la benevolencia –y hasta el apoyo- hacia los Partidos Socialista y Comunista de parte de la prensa, los políticos y los responsables de los grandes intereses oligárquico-imperialistas. En la Argentina lo hemos visto muy a menudo: desde el voto conservador a los socialistas de Capital Federal para derrotar a los candidatos del movimiento nacional yrigoyenista en los Veinte, hasta la tierna solicitud del embajador Spruille Braden para con Américo Ghioldi y Vittorio Codovilla.
Agreguemos que, así como no existe una “ciencia marxista”, sino una concepción marxista acerca de la naturaleza y los límites del conocimiento científico, ni una “narrativa marxista”, sino un punto de vista marxista acerca del contenido, las formas y los objetivos de la literatura, tampoco existe una “política marxista”. Lo que existe es un análisis marxista de la realidad social, económica y cultural de nuestros países, análisis que teniendo en cuenta las relaciones de fuerza internacional, la disposición y envergadura de las clases y el momento histórico concreto, indicará la política a seguir. Si es correcto, indicará para la acción una política antiimperialista, nacionalista popular; si es incorrecto, formulará una política “socialista”, vale decir: funcional al imperialismo
III
Porque en nuestros países, lo que corresponde es una política básicamente antiimperialista, o dicho de otra manera: nacional o nacionalista, en la que están interesadas todas las clases oprimidas y explotadas de la sociedad periférica, hasta incluso alguna fracción de la burguesía nacional menor, por cierto tiempo, durante cierto trecho del camino. Sin que, en este último caso, desaparezca la lucha de clases internas, debe entenderse que ella se dará dentro del frente nacional. En otras palabras, ad usum althusseris, la lucha de clases entre explotados y explotadores al interior del país queda sobredeterminada por la Cuestión Nacional: la oposición entre los términos de la contradicción principal de Imperialismo versus Nación. Los partidos socialistas de la izquierda liberal no han comprendido esta situación y han llevado siempre una lucha “socialista” en el país, que dada la correlación de fuerzas y el posicionamiento de las clases, no es nunca una estrategia inocente, sino una política decididamente proimperialista de facto, más allá de sus justificaciones falsamente “teóricas” y de la mayor o menor abnegación de los militantes y dirigentes que la sostienen. Por el contrario, el PSRN y el PSIN bregaron siempre por una política nacional antiimperialista dirigida contra el verdadero enemigo, una política que, sin ser “proburguesa”, no era en lo esencial “antiburguesa”, por lo que la denominación de “socialista” de estas organizaciones era un verdadero malentendido, un concepto de arrastre de la tradición europea del socialismo, que no indicaba en todo caso una política efectiva, concreta, sino sólo un horizonte hacia el cual dirigirse.
Una política socialista en los países dependientes es fácilmente asimilada por el imperialismo e instrumentada por él, ya que divide el frente nacional y dirige la fuerza del socialismo contra la burguesía del país oprimido El imperialismo, como nacionalismo de una gran potencia metropolitana, sólo reconoce un verdadero enemigo: el nacionalismo popular y democrático, dado que por ser ambos de una misma naturaleza, aunque antagónicos, son incompatibles entre si, como en electricidad los polos iguales se rechazan.
Que el proceso de Revolución Nacional desemboque en un plazo más o menos largo o corto en una transformación socialista de la sociedad, es algo que no puede preverse, aunque puede impulsarse en ese sentido. En Rusia ocurrió así con la Revolución de Febrero, que comenzó como una revolución democráticoburguesa y culminó como socialista en Octubre de 1917. En América Latina no sucedió así nunca, salvo con la Revolución Cubana como caso excepcionalísimo. La fase nacional-burguesa que encabezaron los movimientos nacionales-populares como el peronismo, el varguismo, o el movimientismo de Paz Estensoro en Bolivia, que son los casos más prototípicos, después de una corta etapa de estabilización, desembocaron no en una fase socialista, sino en sangrientas restauraciones proimperialistas.
Ahora bien, una política nacional puede llevarse “desde arriba”, apoyada en la burguesía nacional, los terratenientes en vías de aburguesamiento, el ejército y algunas otras instituciones interesadas en la unidad nacional y el control del mercado interno, tal cual hicieron en la segunda mitad del siglo XIX Bismarck y el Conde Cavour cuando Alemania e Italia eran dos naciones fragmentadas y sometidas al capital extranjero, inglés en el primer caso, francés en el segundo. Es la “vía prusiana” de la revolución democrático-burguesa, donde las masas populares son expresa y deliberadamente excluidas de cualquier participación, como no sea la que tomen por su propia decisión (Garibaldi). En nuestros países dependientes esta vía está históricamente cerrada, por la debilidad de la burguesía nacional nativa y la supeditación material e ideológica de los ejércitos “nacionales” –o de una fracción poderosa de ellos- al imperialismo y/o a las clases oligárquicas nativas dominantes. Cada vez que se la intentó, fracasó, sea porque el imperialismo la abatió o porque las fuerzas que conducían la experiencia capitularon ante él. Tal los casos del febrerismo paraguayo, Busch y Toro en Bolivia, el Trienio Revolucionario (1945-1948) de AD y la joven oficialidad en Venezuela o Velazco Alvarado en el Perú. De manera que una política antiimperialista para ser viable debe necesariamente apoyarse en el pueblo, en las más amplias masas populares- y aun así una victoria duradera no esta asegurada, como se ha visto con el peronismo argentino o el sandinismo nicaragüense-. Es necesaria una estrategia con la intervención de las grandes mayorías, del Demos, de manera que su intervención dé contenido y eficacia a una política antiimperialista. Y ella debe procurar, para ir lo más lejos posible, la incorporación en el carácter de una verdadera columna vertebral, del proletariado industrial y del nuevo cognitariado que está surgiendo de las entrañas de la revolución científica y tecnológica en curso.
Una política de esta naturaleza no puede, entonces, sino ser democrática, mas no en el sentido habitual que le dan a esta palabra los sicofantes del liberalismo: contienda electoral, división de poderes, justicia “independiente” (de la nación…), alternancia en el poder, libertad de prensa (de empresa), etc., sino en el sentido auténtico, primigenio, del concepto: el gobierno del Demos. Este gobierno puede ser o no ser “democrático” en el sentido liberal -generalmente, no- pero necesariamente debe serlo en el sentido auténtico que indicamos. Llamar “democrático” a un régimen de poder que tiene aquellas características arriba señaladas (división de poderes, elecciones, parlamentarismo, etc.) es una falacia, porque implica denominar inadecuadamente a lo que en realidad es un régimen republicano - que es otra cosa- y que puede ser o no ser democrático (popular-nacional), pero que generalmente no lo es. Generalmente es una farsa política en el que actúa la partidocracia expropiadora de la representación popular, y en la que los intereses imperialistas controlan los resortes del verdadero poder, dejando a los políticos-actores que hablen y figuren a gusto a condición de que las instituciones “democráticas” (republicanas) sigan vaciadas de contenido nacional y no se toquen para nada aquellos intereses. En nuestros países, la “democracia” semicolonial que conocemos forma parte del aparato de dominación extranjera. Debe ser ampliada con las instituciones de la verdadera democracia nacional participativa: iniciativa popular, referéndum, plebiscito, revocatoria, defensa de los derechos humanos también de los más pobres, inclusión económica y electoral de los inmigrantes latinoamericanos, control de productores y usuarios sobre los servicios, la producción y las finanzas, etc.
Bien entendida entonces la cuestión, un partido de la Revolución Nacional debe ser un partido democrático, un Partido Democrático de la Revolución Nacional, que inicie una tarea de actualización teórica, difusión doctrinaria y acumulación de fuerzas.
IV
Pero el objetivo final de un partido popular no puede ser el de sustituir un amo por otro, uno extranjero por otro nacional - aunque el triunfo de éste sobre el primero establezca un mejor terreno para su desarrollo- , sino terminar con toda forma de explotación del hombre por el hombre. En consecuencia, su horizonte debe ser la construcción de una sociedad más justa, basada en la unidad latinoamericana, la nacionalización de los recursos naturales, la planificación democrática de la economía, la propiedad pública de los medios de producción en sus diversas formas (estatal, mutual, cooperativa, sindical, etc) sin perjuicio de la pequeña propiedad privada no explotadora, la presencia protagónica del Estado en defensa de soberanía política, la economía nacional y las libertades públicas, la defensa racional y soberana del medio ambiente y la participación democrática de todo el pueblo en el manejo de los intereses comunes.
Córdoba, 17-01-2008.
Entre sus obras se destacan: Ecología e Imperialismo; Historia Crítica del Movimiento Estudiantil de Córdoba; Historia, Nación y Cultura; Saúl Taboada, de la Reforma Universitaria a la Revolución Nacional; Deodoro Roca y la Parábola del Pensamiento Reformista.
NOTA DE P DE H: Muy buena nota de estos compañeros de la izquierda nacional que los marxistas de escuadra y tira líneas deberían leer para aprender por dónde pasa la política en Argentina y quienes son los enemigos reales del pueblo y la Nación. Nuevamente recomendamos la lectura a los obtusos que nos tildaban de "fachos". NI IZQUIERDA NI DERECHA, TERCERA POSICION !
No hay comentarios.:
Publicar un comentario