viernes, octubre 10, 2008

Informe conjunto sobre la crisis financiera.

Comunicación Conjunta


Antón Pirulero, se afanaron el dinero.



Antón,

Antón,

Antón Pirulero,

cada cual,

cada cual

atiende su juego.

(Ronda infantil)







El soplido de la "burbuja"



Desde hace unos cuantos días los medios habituales de desinformación nos han estado saturando con lo que han denominado desaprensivamente "la crisis de la burbuja hipotecaria norteamericana".

A medida que vienen transcurriendo los días los acontecimientos negativos se suceden in crescendo y a ritmo de ametralladora.

Causa admiración contemplar a través de la noticia regimentada de los medios cómo se van derrumbando, cual fichas de dominó, muchas de las más sólidas instituciones bancarias de Europa y de los Estados Unidos.

La televisión principalmente aporta testimonios gráficos de escenas de pánico típicas de las grandes corridas bancarias acaecidas en los últimos siglos.

Se habla de la más fabulosa quiebra financiera de todos los tiempos, aún superior en sus devastadores efectos al famosísimo crack de la bolsa neoyorquina en 1929, acontecimiento aquél al que se culpa no sin razón de una tan severa desestabilización de la situación mundial que habría terminado desembocando en la segunda gran guerra de ese siglo.

No parece suficiente la devastación acaecida en estos pocos días por las quiebras bancarias y las bruscas caídas de las cotizaciones en las bolsas de valores, y ya están los analistas agoreros (augures de lo sucedido, mas nunca profetas de lo por suceder) pronosticando una vez más el fin del mundo conocido y el comienzo de una nueva era, previsiblemente peor.

Lo que la gente debe saber es que esto que está pasando en absoluto se lo puede calificar de crisis y que tampoco es el producto de una serie continuada de eventos desafortunados. Sino que es, lisa y llanamente, el resultado buscado y querido por un manojo de personalidades siniestras aglutinadas en organizaciones semisecretas, dependientes a su vez de mafias de secular actuación, que se proponen dominar el mundo y apoderarse de él, empezando por el dinero de la gente.

Desde luego, no nos estamos refiriendo ni en broma a los quiméricos enanitos verdes que pueblan la fantasía de millares de descerebrados que en el mundo son. Nos referimos a algo más concreto como es el visible establishment de los financistas especuladores que, a través del manejo criminal de la moneda de papel –a partir de su espuria creación por el Banco de Londres en el siglo 17– han venido trabajando solapadamente en procura de aquel fin escatológico-excrementicio.* Una finalidad que procura a la postre una sensible merma de la población mundial, que podría quedar reducida a la mitad de la cifra actual en base a guerras, hambruna, pestes, abortos y homosexualidad (tal cual lo proponía el protestante Mr. Malthus, actualizado por Henry Kissinger y su Memo 200 y llevado a la apoteosis de su consumación por estos cultores del "Nuevo Orden Mundial").

Dicho esto así, tan rotunda y escuetamente, parecería dar razón a quienes, interesadamente o no, consideran a los que hacemos este tipo de denuncias como unos consumados exponentes de la posmoderna "conspiranoia", algo así como paranoicos obsesionados por siniestras conspiraciones.

Ciertamente, no resulta fácil probar nuestras afirmaciones, especialmente cuando se nos niegan todos los medios ordinarios de difusión mediante los cuales llegar con nuestra voz a muchísima gente que atesora la misma información que nosotros reunimos y que podrían apoyar nuestra postura y ampliar el alcance de nuestras advertencias.

Haciendo lo que nos sea posible, desde esta modesta pero honrada plataforma informativa nosotros intentaremos mostrar las razones que nos asisten a todos cuantos, en el mundo, hemos transitado de la presunción a la evidencia de un plan mundial de dominación y de genocidio, puesto en marcha hace mucho tiempo y en la actualidad aparentemente enfilado a lograr su objetivo. El que quiera oír que oiga, el que quiera entender que entienda, el que quiera actuar que actúe; y los que no, que continúen con lo suyo sin preocuparse: total, lo que habrá de suceder sucederá. Dicho esto no porque seamos fatalistas al modo de otras religiones sino porque, como cristianos, tenemos la seguridad de que nada acaece en el mundo sin que Dios lo autorice. Y en última instancia, cumplimos con nuestro deber de librar el buen combate.

Precisamente porque tenemos fe en Dios y en el mensaje de salvación que Nuestro Señor Jesucristo nos transmite a través de su Santa Iglesia y que se expresa con rigor de verdad mediante el magisterio pontificio, es que no dudamos del triunfo final, esto es, estamos seguros de que los planes vesánicos de los enemigos de la humanidad van a yacer desbaratados cuando menos se lo espere –por su parte y por la nuestra–. Aunque nos tememos que a ello se arribará no sin mucho sufrimiento y mucha destrucción.

Hoy queremos simplemente esbozar nuestra convicción de lo que está sucediendo en el mundo, empezando en esta comunicación por exponer las verdaderas motivaciones y los verdaderos alcances de los acontecimientos actuales.



Cada cual a su juego: el honrado a trabajar, el banquero a robar



El hecho probado, innegable ya, de una inmensa y pesada "burbuja" especulativa mundial, constituida por una colosal parafernalia de elementos financieros reales y virtuales, que excediendo toda mesura y todo conato de control gravita de tal forma sobre la economía real de los pueblos, de modo que parece dar cumplimiento a la parábola del aleteo de la mariposa que provoca catástrofes en las antípodas, no parece sin embargo haber alcanzado mayor difusión a nivel del imaginario colectivo.

Dicho de otra forma, los hechos reales económicos y financieros del mundo son materia desconocida para la inmensa mayoría de la población. Y los especialistas que debido a su capacidad técnica e informativa tienen posibilidad de describir estos hechos, no están en condiciones –debido a que presumiblemente ellos también forman parte, por su actividad profesional y su dependencia económica o salarial, de los reductos empresarios y políticos alimentadores y beneficiarios de aquella burbuja– de advertir a nadie, so pena de su propia debacle personal. En primer término, porque ellos viven y prosperan a causa de esta anomalía y luego, porque saben que el más leve intento de su parte de combatirla, les acarreará las consiguientes, inapelables e inevitables consecuencias: los medios de difusión destruirán su prestigio con calumnias, los medios financieros los convertirán en parias incapaces de sostener su actividad económica, los círculos académicos los expulsarán de su seno o los aislarán convenientemente y nunca podrán descartar la posibilidad de que su automóvil sufra inopinadamente una falla mecánica de fatales consecuencias. (Vayan como ejemplos ilustrativos de la inexorable vendetta, el ostracismo al que condenaron al Nobel de Economía Joseph Stiglitz por sus denuncias contra el Fondo Monetario Internacional,** o la cárcel sufrida por Lyndon LaRouche durante el gobierno de Bush padre, por denunciar la entrega de los intereses vitales de los Estados Unidos al control de un eje anglo-sionista.)

Así por ejemplo, hemos visto días atrás en un programa televisivo de Buenos Aires al que había sido invitado el economista y político López Murphy, de qué manera éste se retorcía ante cámaras, con ademanes y visajes caricaturescos, intentando no contestar claramente una simple pregunta –inocentemente formulada, desde ya– de un periodista segundón: ¿Por qué el gobierno tiene que cubrir (esto es, pagar) con bonos de la deuda pública la emisión de dinero solicitado al Banco Central de la República, dado que éste es una institución oficial? Pregunta ésta que ningún economista de renombre puede responder con la verdad, esto es, que tal mecanismo de manejo monetario constituye el meollo de la colosal estafa a los pueblos llevada a cabo por la mafia bancaria internacional.

Los bancos centrales de los países, o de conjuntos de países como la Comunidad Europea, que oficialmente crean, custodian y destruyen la moneda de curso legal, ya fueren ellos organizaciones de índole pública (como el Banco Central argentino) o de naturaleza privada como la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco de Inglaterra o el Banco de Europa, en efecto se encuentran ligados por una trama espesa de obligaciones preestablecidas a través de diversos tratados y convenios sujetos al derecho internacional, que les otorgan un estatus especial y supraconstitucional a su favor.

Uno de los privilegios que les confiere su especial situación supralegal es el de no quedar sujetos a las órdenes y disposiciones del gobierno central ni de ninguno de sus organismos de control, gozando por tanto de una atípica y generalmente ignorada autarquía. Cuando el gobierno central (o, en el caso de las naciones que constituyen la Comunidad Europea, el gobierno de uno de esos países) requiere para el cumplimiento de sus actividades administrativas y sus políticas de conducción de determinadas sumas de dinero, fueren estas sumas cobrables en moneda corriente (billetes de banco), o exigibles mediante giros, disponibilidades electrónicamente accesibles o de otras formas, ese gobierno –el Secretario del Tesoro, el Ministro de Economía o funcionario que tuviese su cargo la transacción– deberá entregar simultáneamente una cifra igual en papeles oficiales de negocio (bonos de la deuda pública, obligaciones del Tesoro, etc.). Dicho de otra forma, los gobiernos están constreñidos a tener que comprar su dinero (hay muchos que lo denuncian, desde Silvio Gesell en adelante, pero uno de quienes más han advertido y con mayor acierto y penetración, de esta estafa colosal y anomalía incomprensible, fue el hace pocos años fallecido economista y jurista eminente italiano Giacinto Auriti).

Ahora bien: ¿y con qué dinero pagan los gobiernos sus compras y cumplen con sus obligaciones dinerarias? Por supuesto, con el dinero que le sustraen a la actividad productiva de la población sujeta a su gobierno. Y, por supuesto también, el mecanismo idóneo generalizado es la aplicación de exacciones impositivas.

De este modo, resulta patente que el recurso impositivo constituye en la práctica un instrumento de succión de la riqueza generada por el pueblo (particularmente inmoral cuando se verifica a través del más regresivo de los tipos de impuestos, que son los impuestos indirectos aplicados al consumo de bienes indispensables) para beneficiar a agraciados desconocidos.

Ello, sin hacer referencia al subproducto inevitable de esta maniobra que implica la duplicación de los valores dinerarios exigidos: como se ha visto, el requerimiento de una cantidad equis de moneda o dinero conlleva, en esta tan original operatoria, la creación espejada de otra cantidad igual. (Por ejemplo, el gobierno recibe mil millones en moneda o derechos de giro pero entrega simultáneamente otro tanto en obligaciones de la deuda pública.) De esta forma, la población tendrá que hacerse cargo, mediante las deducciones impositivas correspondientes, de la suma total emergente de esta operatoria, pero sólo se beneficiará, en forma eventual, del efecto positivo que putativamente hubiere podido crear la inyección monetaria en el desenvolvimiento de la economía real, de la mitad del dinero creado.

Por esta vía, los trabajadores (puesto que sólo ellos son capaces de crear la riqueza material producto de la economía real) resultan despojados lisa y llanamente de la mitad de sus bienes. Y éste no es, por supuesto, el único desapoderamiento a que son (a que somos) sometidos sino que hay otros, varios más, que constituyen materia de un estudio diferente.

Los banqueros, en este caso los que actúan a nivel de la creación, distribución y destrucción de la moneda –esto es, los responsables de los bancos de emisión y de tutela del flujo monetario– no son otra cosa que meros ladrones aunque de categoría superior: son los príncipes de los ladrones. Y quienes soportan sus desafueros, mantienen su augusto nivel de vida y pagan los platos rotos de sus festicholas y orgías tanto de consumo como financieras, son principalmente los hombres y mujeres que cada día laborable de la semana madrugan para salir de sus casas yendo a trabajar, soportando incomodidades y sufriendo privaciones, para producir los bienes y servicios que en su mayor parte terminarán de propiedad de los capitalistas (banqueros, especuladores, rentistas y propietarios de las empresas, junto con burócratas mamadores del presupuesto nacional).

Ésta es la verdad (o una de las verdades más evidentes) del mundo real actual. Y todas esas invocaciones a la libertad, la igualdad, la autodeterminación de los pueblos, la democracia representativa, los derechos humanos y demás copiosa retahíla de recursos propagandísticos, profusamente dispensados por los charlatanes a sueldo de los propietarios de los medios de difusión masiva, no son sino el Mátrix cotidiano que se cultiva en las mentes desprevenidas de las poblaciones, en forma coordinada a nivel mundial, para que nadie o casi nadie escape de sus alcances y para que todos permanezcamos en la ignorancia de lo que nos están haciendo.

Los "pobres" banqueros



De la misma índole criminal resulta este acontecimiento actual de la "burbuja hipotecaria". El mecanismo empleado para cumplimentar el arramble tumultuoso de sumas siderales de dinero propiedad de asalariados, jubilados, pequeños comerciantes e industriales, ínfimos ahorristas y desprevenidos inversores de todas las categorías, provocando de paso el caos productivo y el terror social de modo que causan la parálisis de las instituciones, la disminución de la actividad económica y la ruina financiera de la gente inocente, ha sido en los días pasados y seguirá siendo, sin duda, muy bien descrito por los gurúes económicos especializados en explicar el "después". Sin embargo, lo que está pasando no es algo inesperado ni que hubiese resultado imprevisible ante el análisis de los especialistas.

Por ejemplo, quien haya frecuentado la página web de Lyndon LaRouche desde varios años atrás (www.larouchepub.com/spanish/porlhl.html), habrá comprobado el cumplimiento de su virtual profecía advirtiendo que la desnaturalización de la actividad financiera por causa de la especulación avariciosa y la hipertrofia de los papeles de negocios, tenía necesariamente que culminar en una catástrofe de dimensiones planetarias, que involucrará desde la naturaleza torturada por la transgresión de todas las leyes de la ecología, hasta la desarticulación de sociedades enteras y la muerte literal y real de muchísimas personas, en mayor medida que a causa de la guerra.

Por supuesto que a LaRouche lo menospreciaron, lo insultaron y hasta lo metieron preso; pero nosotros estamos convencidos de que un luchador tan frontal y sincero como él no se irá a rebajar ahora a celebrar el triunfo de sus inquietantes predicciones científicamente fundadas, ni mucho menos irá a alegrarse de lo que le esté pasando a sus enemigos.

En la Argentina en particular, hace ya varios años que voces autorizadas han venido advirtiendo de lo mismo. Por sólo mencionar un ínfimo puñado de pensadores que nunca pretendieron ser adivinos ni profetas, sino meramente observadores de la realidad oculta por espesas capas de patraña institucionalizada, es preciso mencionar entre los que viven, nombres como Antonio Caponnetto, Sergio Cerón, Adrián Salbuchi, Dénes Martos, Santiago Roque Alonso, Walter A. Moore, Mario Cafiero y quedan en el tintero docenas de vigorosos denunciantes de la gran estafa mundial. Hasta dos economistas de notoria filiación kirchnerista y progres incurables como son los hermanos Alfredo Eric Calcagno y Eric Calcagno, de La Plata advirtieron, hace dos años más o menos, de una inminente operación norteamericana de "exportación de su deuda al resto del mundo", exponiendo datos que insinuaban su preparación. También nosotros (Falange Española y Movimiento Peronista Puerta de Hierro) hemos difundido el pensamiento de muchos de esos investigadores y el nuestro propio, generalmente coincidente, a través de nuestras respectivas publicaciones. A todo lo dicho, es preciso adjuntar el formidable testimonio que nos dejara el lamentablemente fallecido A. Olmos demostrando la intrínseca falsedad de la composición y monto de nuestra deuda externa (y por analogía, de la de los demás países sudamericanos).

De modo que la posibilidad no remota sino cercana de una debacle semejante, estuvo suficientemente anunciada respecto de quienes podían y debían hacer algo, desde sus cargos públicos, para impedirla o, al menos, para salvar a sus conciudadanos de sus consecuencias más destructivas. No lo hicieron los economistas de pluma de ganso, porque ellos están entongados en el sistema y por eso, entre otros beneficios tienen el de haber contado con la posibilidad de poner a salvo sus activos. Es proverbial que ninguno de ellos se ha quejado de que han perdido sus fortunas personales o buena parte de ellas a causa del pretendido "tsunami financiero" presente. No lo hicieron tampoco los gobiernos, pese a que, sin la menor duda al respecto, tenían que estar suficientemente informados, al menos los más altos funcionarios, de la evolución de esta pústula pestilente que finalmente reventó. La conjura de las complicidades es, indudablemente, muy fuerte y muy evidente.

En cuanto a los más encumbrados directores de los bancos fallidos que acaban de dejar en la calle a miles de sus empleados y en la intemperie más absoluta a millones de ciudadanos trabajadores, ellos confirmaron con censurable desaprensión y olímpico caradurismo que, al disolverse las entidades que magistralmente condujeron a la quiebra, les fueron pagadas indemnizaciones o quizá recompensas por sumas multimillonarias que en la mayoría de los casos los alejan de por vida de los avatares financieros del común de los mortales. Por ejemplo, Richard Severine Fuld, Jr., presidente del directorio de la fundida casa bancaria bisecular Lehman Brothers se embolsó, al cesar en su cargo, la bonita suma de 350 millones de dólares (que, por lo visto, han debido quedar fuera de la masa monetaria que se les esfumó a los depositantes e inversores de ese banco). Sumas crecientemente menores pero igualmente exorbitantes han sido percibidas por otros directores de casas bancarias quebradas. Robert Willumstadt, presidente del directorio y director general (CEO) de la banca de inversión AIG (American International Group), cobró por los tres últimos meses de su gestión la "pequeña" cifra de 7 millones de dólares...

Y a medida que se vaya investigando la situación financiera de los otros testaferros de los grandes banqueros ocultos (es decir de los demás directores de bancos quebrados o a punto de quebrar en los Estados Unidos y en Europa principalmente, aunque también en todo resto del mundo) se podrá comprobar el cumplimiento del régimen de recompensas o indemnizaciones a favor de quienes precisamente condujeron y produjeron el desastre. De ese régimen participan también millares de altos ejecutivos, que se fueron a casa pero con los bolsillos bien llenos. ¿Dónde cobijarán su dinero, en las actuales circunstancias? Seguramente donde lo pondrán a salvo también los beneficiarios mayores de la sedicente "crisis". (¿Hay pánico bancario en Suiza, por favor?)

Literalmente billones (en la nomenclatura europea no en la anglosajona, es decir millones de millones) de dólares se han esfumado. Pero ¿existían realmente esos millones? No en su totalidad, aunque sí en buena parte, dependiendo según los casos de los grados de hipertrofia o multiplicación anormal de los activos financieros fabricados, respecto de las riquezas verdaderas producto de la economía real. Lo cierto es que millones de personas, algunas –las menos– por su propia voluntad y ambición de ganancias y otras –la mayoría– por estar en situación de rehenes del sistema económico financiero institucionalizado, lo han perdido todo o casi todo. Por ejemplo, esos padres y madres de familia que durante décadas habían venido ahorrando pequeñas sumas mensuales para construir un acervo suficiente a fin de que sus hijos pudieran concurrir en su momento a la Universidad; o aquellos otros que ahorraron con denuedo para prevenir la ancianidad y cubrirla con el seguro de un retiro jubilatorio y de salud; otros que fueron juntando sumas sustraídas a la satisfacción de mayores comodidades para formar un capitalito que les permitiese prosperar o encarrilar a sus hijos en la vida, y tantísimas otras situaciones contemplables de gentes que confiaron a los bancos, no a la timba bursátil, el resguardo y el mantenimiento del valor sus ahorros, se enteran ahora de que esas entidades financieras sin siquiera consultarles pusieron esos ahorros, mediante sus "fondos de inversión", en empréstitos hipotecarios de alto riesgo (sub prime) y que por tal causa acaban de perderlo todo. Encima de tal desgracia, seguramente que muchos de esos despojados ahorristas y pequeños inversionistas, a causa del desbarajuste producido en la economía de sus países, perderán sus empleos o deberán malvender sus viviendas o verán quebrar sus pequeños negocios.

Y para coronar tanta ruina, siendo que los Estados Unidos, el Japón, la China y los países de Europa más florecientes constituyen en conjunto la única locomotora existente de la economía mundial y del comercio internacional, estando en crisis sus sistemas productivos y sus finanzas, se verán constreñidos a reducir su producción y consumo. Siendo esos mismos países los principales importadores de las producciones generalmente primarias de las naciones menos favorecidas o del "Tercer Mundo", que sobreviven a duras penas vendiéndoles a las más opulentas ya fueren insumos industriales o productos alimenticios cuyo consumo se retacea y aún se impide a sus propias poblaciones, al reducir sus importaciones condenan al caos y a la destrucción social a esos países pobres, que carecen de un suficiente mercado interno.

De este modo, la avaricia fraudulenta y predadora de unos pocos causa múltiples aunque opuestas consecuencias: al par que tales degenerados se enriquecen extraordinariamente arribando a niveles crematísticos realmente dislocados, (y de esta manera se va incrementando una concentración de poder no sólo financiero sino también económico, que les permite agregar aún más influencia política y militar de la que ya tenían y los acerca peligrosamente al dominio absoluto sobre 6 mil millones de seres humanos), muchos de éstos quedan por la misma causa reducidos aún más a la impotencia, a la insolvencia y hasta a la inanición, y sus países, notoriamente más vulnerables a la penetración imperialista. Negocio redondo.

No queremos insistir más, en esta declaración conjunta, sobre las causas poco conocidas y los efectos demasiado previsibles de esta tormenta desatada tan aviesamente sobre el mundo y por tanto, sobre la Argentina.

Sí nos parece necesario avisar a nuestros coterráneos y advertir especialmente a los funcionarios del inepto gobierno nacional y de los muy cuestionables gobiernos provinciales argentinos, que si insisten en permanecer actuando dentro del modelo progresista o neomarxista pergeñado por consultores foráneos y aplicado por ellos a ciegas, y que en circunstancias normales culminaría en fracaso –que tal es no sólo su virtualidad sino también los designios de sus arquitectos– ahora, con lo que está pasando y con lo que con seguridad va a acaecer desde próximamente se van a verificar en el país consecuencias de tan grave jaez que, producirán un daño irreversible a la integridad de la patria y a la salud y la vida de millones de argentinos.

Aún estamos a tiempo de levantar defensas que hiendan las olas gigantescas del maremoto virtual forjado por las finanzas matreras, debilitándolas y atemperando su poder destructivo.

Para ello se requiere apelar a las reservas morales de la nación (que no están, precisamente, abroqueladas en los comités partidarios ni en las logias masónicas sino en la generalidad del pueblo argentino y en lo que queda en pie de la demolición de sus más señeras instituciones).

Idea que, mucho nos lo tememos, resulta sumamente improbable de penetrar en los duros corazones y en los petrificados cerebros de la oligarquía argentina, compuesta en partes proporcionales por industriales y comerciantes estafadores de antigua solera, políticos moralmente podridos hasta el tuétano de sus almas, profesionales atenidos exclusivamente a su propio provecho con olvido de la función social de sus profesiones, sacerdotes más dispuestos a humillarse ante los poderosos del mundo contemporizando con sus excesos que a hincar la rodilla ante la Sagrada Forma y proclamar el Evangelio, comunicadores sociales que ofrecen su discurso al mejor postor, y otras varias especies de la fauna predadora que tienen cercada a la población y cuyo modus vivendi consiste en exprimirle crecientemente cuanto ha logrado en base a su trabajo y su ahorro, sin proporcionarles a cambio reparo alguno material ni consuelo espiritual.





Así, pues, nada de "crisis" sino "decisión estafatoria"



Dios es Todo, el dinero es nada.

(S. S. el papa actual Benedicto XVI)





Este asunto de la "burbuja hipotecaria" trasciende el tema estrictamente del negocio de los bienes raíces, para consistir en una especulación irresponsable cuyo resultado es tan previsible como el del otrora famoso juego de "la cadena del dólar": llegará un momento en que la cadena de pagos se cortará inexorablemente, y los primeros que cobraron salvarán su dinero y los demás, jamás lo podrán recuperar. Es una cuestión matemática: no se puede agarrar lo que no existe.

De donde se puede fácilmente deducir que los iniciadores de tan previsible juego de buen comienzo y mal fin, no pueden alegar inocencia ni, mucho menos, ignorancia de las consecuencias.

Hace ya bastante tiempo que los analistas serios de las malandanzas especulativas se percataron de que los norteamericanos son eximios cultores de estas modalidades estafatorias, lo que unido a su indudable poder económico y militar, les permite en primer término engatusar a los crédulos de este mundo acerca de su solidez moral y de su riqueza real. Así, los convierten a su original religión secular cuyos postulados principales son la Libertad, la Democracia, los Derechos Humanos, el Capitalismo, el Voluntarismo, el Relativismo Moral, el Aborcio (derecho al aborto y al divorcio en un solo paquete) etcétera. Los creyentes catequizados por el norteamericanismo, y los vivillos que simulan su conversión, de consuno están o simulan estar, en cada caso, dispuestos a depositar su fe en los máximos mentores de la democracia y del republicanismo. Les conceden no sólo su confianza sino también su dinero. Y –cosa que sólo es posible entre creyentes fundamentalistas o pichicateros empedernidos– aunque terminen desplumados igual continuarán salmodiando las letanías de las bondades de la Gran Democracia del Norte (lo mismo que los droguetas alaban la sustancia que los consume).

Recordamos que Bernardo Neustadt, antiguo masón mano derecha del masón almirante Teissaire (que fue quien organizó el asalto y quema de templos católicos en Buenos Aires en 1954 con la finalidad de desestabilizar el gobierno –del que él mismo era el vicepresidente– y provocar la reacción antigubernamental de una ciudadanía mayoritariamente católica), ya viejo y consolidado en su papel de "comunicador social televisivo" acostumbraba repetir con desparpajo ante las cámaras que la expresión típicamente norteamericana que resumía y condensaba los méritos y éxito de su sistema productivo y financiero, era la conocida frase: "Estás despedido". La consideraba el epítome de su triunfo y liderazgo mundiales, por cuanto resume, según creía, el concepto de libertad. En fin…

Lo cierto es que los norteamericanos tienen montado un sistema de "predicadores" quintacolumnistas en todos los países, lo que les permite preparar de antemano la exportación de sus pérdidas, quiebras y equivocaciones a otros pueblos. El instrumento principal aunque no el único de su hábil accionar son las Bolsas de Valores. Les venden a los infinitos incautos del mundo sus papeles de escaso valor (desde el dólar hasta las acciones de empresas multinacionales que no les pertenecen pero que negocian), les cobran en sólidos bienes importables o en sólidas inversiones (generalmente en bienes raíces) y cuando los papeles se hacen humo, esfumando con ellos los haberes de los inversionistas, se limitan a salvar a SUS bancos, a SUS demás instituciones financieras y a una parte de SUS connacionales especuladores. Los crédulos incautos se quedan con las pérdidas y el dudoso honor de haber sido limados por tan eximios timadores profesionales.

El actual "tsunami financiero" (sic) no es sino un episodio más de la pasada del trapo por la mesa que con tanta destreza estafatoria practican los anglosajones, tal que ni las migas se dejan.

Es por eso que decimos inicialmente que aquí no hay una crisis, puesto que ésta es simplemente un momento de decisión –en sí mismo ni malo ni bueno, tan sólo una alternativa y jamás un dilema; y lo que se presentó y saltó a las primeras planas de los diarios y a los más vistos noticieros televisivos, no fue ningún momento de decisión sino una decisión consumada: millones de personas se quedaron sin su dinero y cientos de miles sin su trabajo, y la saga continúa ("más noticias luego de la pausa comercial").

(Sin duda, nuestra advertencia también continuará.)





Federico Gastón Addisi
Organización Peronista Puerta de Hierro
Director

Héctor Osvaldo Pérez Vázquez
Falange Española de las JONS
Delegado (Bs. As)


*La adjetivación corresponde, ya que lo escatológico tanto se puede referir a la ultratumba (no es el caso aquí) como a las suciedades y los excrementos.

**Stiglitz es otro "agorero" al que tienen que descalificar porque, sin perjuicio de haber encajado las zancadillas y los golpes que le pasaron a raíz de su denuncia contra el FMI, ha vuelto a la carga y en marzo de este año, hace tan poco, ya anunciaba lo que iba a pasar y está ahora mismo sucediendo, y decía que "la actual crisis financiera –aquí está bien hablar de una crisis, porque se refiere al orden financiero internacional establecido– es la peor desde la Gran Depresión" (de la que los Estados Unidos salieron, decimos nosotros, apelando a su intervención en la guerra mundial). "Más de dos millones de estadounidenses –continúa diciendo Stiglitz en el mismo artículo publicado– van a perder sus casas porque no pueden pagar sus créditos", proponiendo como solución en ese momento "que el gobierno estadounidense ayudase a reducir el monto de las hipotecas hasta el 90 por ciento del valor de una vivienda, lo que permitiría a la gente a conservar sus propiedades". Por supuesto, nadie le prestó oídos: ni los que podrían haber salvado sus bienes con esa medida, ni por supuesto, quienes querían que los perdieran para apoderarse de ellos…

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