(Fuente: Clarin, 30 de mayo del 2008).
El Gobierno decidió las correcciones apremiado por una cruda realidad
Por: Julio Blanck
Detrás de las largas explicaciones, de las cifras pormenorizadas y de los reproches a los productores que trabajan en negro, lo que hizo el Gobierno fue simplemente modificar su decisión original sobre las retenciones móviles. Esa corrección fue el corazón de los anuncios realizados anoche en la Casa Rosada. Las nuevas medidas no tienen efecto inmediato, sino futuro, sobre el monto de las retenciones. Es un gesto político más que una reducción instantánea. Puede no alcanzar. Pero sigue siendo un gesto.
El esfuerzo de Alberto Fernández por mostrar que el Gobierno mantenía el espíritu y buena parte de la letra de la medida original debe entenderse en la lógica de la pelea política. En ese territorio nadie hace una concesión sin proclamar, al mismo tiempo, cuánto conserva de su posición inicial. Así funciona cuando ninguna de las partes logra someter a la otra.
Esta es una cruda realidad a la que el Gobierno tuvo que someterse después de 80 días de conflicto, en los que su errático manejo político transformó el reclamo del campo en una cruzada en la que se anotaron con fervor todos sus opositores.
En el vocabulario del Jefe de Gabinete ayer asomaron algunas palabras inusuales en el discurso del kirchnerismo: "Escuchamos y cambiamos", dijo Alberto Fernández. Es casi lo máximo que puede esperarse de un gobierno que ha mostrado una facilidad extrema para cerrarse a toda opinión que no sea exactamente igual a la suya.
También habló Fernández de "formidable incapacidad" del campo para dialogar y negociar. Como sucede en política, lo que se dice no siempre es toda la verdad, pero tampoco es toda la mentira. El campo, como el Gobierno, declamó muchas veces su disposición negociadora. Pero dejó entrever que la condición del diálogo era que se diera satisfacción total a su reclamo. Eso no es negociar, sino imponer. Y en este duelo nadie está en condiciones de imponer sin límites su voluntad.
Claro que las responsabilidades son muy diferentes. El campo es un sector que defiende su interés económico. Pero el Gobierno, convocando al diálogo sin convicción y agitando banderas de guerra, también terminó actuando como un sector y no como un árbitro entre los intereses divergentes en la sociedad, en uso del poder que le da su legitimidad de origen.
Lejos de debilitar al campo con su guerra de desgaste, el Gobierno se atragantó con el formidable acto en Rosario, el domingo pasado. Aprovechó expresiones muy poco afortunadas de algunos oradores de ese día para descerrajar, con el sello del PJ, un furioso ataque contra los ruralistas. Pero no tuvo más remedio que anunciar ayer, en pleno desarrollo de otro paro del campo, las medidas correctivas preparadas hacía dos semanas y a la espera de un momento propicio.
La próxima jugada tiene que hacerla el campo. De entrada, como era previsible, sus dirigentes dijeron que las correcciones anunciadas eran insuficientes y que mantendrán el paro hasta el lunes. Para ese día llaman a la industria y al comercio a una protesta generalizada en el país.
Los dirigentes de las cuatro entidades deberán evaluar cuánto margen social y político tienen para prolongar la medida de fuerza, como reclaman los sectores más belicosos. O si, por el contrario, pueden aceptar que lograron arrancarle al Gobierno un retroceso en la decisión original sobre las retenciones y que ahora están en situación de negociar cómo optimizar la aplicación de estas medidas.
Se reprochaba anoche la unilateralidad de las medidas del Gobierno y su carácter inconsulto. Esto es parcialmente cierto: el Gobierno había recibido tres propuestas distintas del campo para modificar las retenciones, y en conversaciones informales se habían entrecruzado ideas, aunque sin llegar a ningún acuerdo.
Hubiese sido novedoso que un gobierno Kirchner consultara los pasos a seguir con los sectores involucrados. En todo caso, lo que hizo ayer fue ejercer su derecho a tomar una decisión y a tratar de corregir sus errores. Esto no es necesariamente el comienzo de un nuevo tiempo ni la inauguración de un estilo diferente. Pero sería necio desconocer este cambio, impuesto por una cruda realidad.
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