martes, octubre 26, 2010

Discursos e imágenes del acto por el Día de la Hispanidad.





Al celebrarse un nuevo aniversario de la Hispanidad.

(Tarde pero seguro, los discursos de Héctor Pérez Vázquez por FE de las JONS y de Andrés Berazatégui por la O.R.P)

Discurso de Héctor Osvaldo Pérez Vázquez (Representante de FE de las JONS en Bs As).

Estimadísimos compatriotas y amigos, muchas gracias por su gentil recibimiento [o por su amable atención]. Y quiero testimoniar también una especial gratitud a los amigos organizadores de este acto de afirmación patriótica, por haberme invitado a hablar aquí, hoy, en esta demostración tan significativa, en representación de la Falange Española.
Yo soy el delegado en esta Ciudad de Buenos Aires de ese partido político español, la Falange Española de las JONS, un partido legalmente inscripto en España que fuera fundado hace tres cuartos de siglo por un grupo esclarecido de patriotas, encabezado por el amadísimo y siempre presente José Antonio Primo de Rivera. Y mi presencia aquí no obedece a propósitos proselitistas partidarios, sino al hecho de que la Falange es el único partido político español legalmente actuante, que incluye entre sus puntos programáticos fundacionales el propósito declarado de trabajar permanentemente en pro de la reunión pacífica de la Hispanidad; es decir, de una nueva unión, libre y federativa, de las naciones hispánicas.
Y precisamente se celebra en este día un nuevo aniversario del nacimiento de la Hispanidad; porque con el desembarco de la flotilla comandada por el gran almirante Cristóbal Colón se dio inicio a la gesta más grande y memorable de la historia de la humanidad. La más grande y memorable realización humana, porque constituyó la inclusión del vastísimo territorio americano y de sus gentes al nervio mismo de la historia universal; la incorporación de varios millones de hombres, con sus diversas culturas, al cuerpo viviente de la humanidad civilizada con más el aporte a los recursos universales de un inmenso territorio pletórico de riquezas de todo tipo.
Bien sabemos, en particular cuantos estamos aquí, de los continuados embates que vienen produciendo los enemigos de nuestros pueblos, por medio de provocadores y propagandistas de todo pelaje, para desmerecer esta gesta civilizadora y fundante de la Hispanidad que le tocó en suerte realizar a España, quizá porque en esos días España era la nación más lúcida y avanzada de Europa. Por eso, y para agregar un poco de claridad a la turbia confabulación de la mentira, forjada y difundida por disposición de los poderes oscuros del dinero y del imperialismo, me permito ofrecerles, con brevedad, una semblanza del significado, o del concepto, de la Hispanidad.
Contra lo que pudiera parecer a algunos, la Hispanidad no es España, si bien España fue la nación que la fundó. Sino que la Hispanidad somos nosotros, todos los pueblos desmembrados del tronco común que reconocemos un mismo o semejante origen, una lengua mayoritariamente común y una fe religiosa también mayoritariamente común. España es, desde luego, también una parte de nuestra Hispanidad. Como también lo es Portugal.
Los hispanos integramos una extendida nación, que al presente abarca no menos de 450 millones de seres humanos, distribuidos por todos los continentes. Y hay tierras hispanas no solamente en América, sino también en el África y en el Asia, en todos aquellos lugares donde se asentaron núcleos abundantes de españoles y de criollos para construir ciudades, caminos, escuelas, iglesias, emprendimientos agrícolas e industriales y toda clase de mercados. Por ejemplo, hay en América del Norte –además, naturalmente, de México– en todo el sur del territorio de los Estados Unidos, muchos estados integrantes de esa federación que no solamente ostentan nombres hispanos, tanto el propio de cada estado cuanto el de numerosas localidades, parajes y calles de su interior, sino también que están habitados por extensas poblaciones hispanoparlantes; y no sólo parlantes, pero que también viven conforme a arraigadas tradiciones hispanas heredadas de muchos siglos atrás. Esto sucede hoy en, como ser, Texas, Arizona, Nuevo México, Colorado, California, por sólo mencionar algunos de ellos. Habitan allí cerca de 50 millones de hispanos, lo que permite a esas tierras ser consideradas como hispanas. En el continente asiático están las Filipinas y Macao (la primera, fundación española y la segunda, una fundación portuguesa). Y en el África están hoy constituidas como estados independientes varias antiguas provincias españolas, donde se habla el español y se reza el Padrenuestro. Y recuerdo aquí al Portugal porque es también una nación hispánica, ya que este país, junto con España y con Andorra, integran la península ibérica, origen y fuente de todas las Españas. De modo que los lusos son tan hispánicos como nosotros, y en consecuencia, son también hispanos nuestros vecinos y socios comerciales brasileños.
Circula desde hace varios siglos un conjunto de afirmaciones falsas acerca de la tarea que le tocó a España efectuar en América. Ese conjunto de falsedades es conocido, por quienes somos estudiosos de esta parte tan cara de la historia, con la denominación de la leyenda negra contra España. Una de sus afirmaciones temerarias que se repite continuamente, en nuestros días hasta en las escuelas, expresa que España habría cometido un gran genocidio con los pueblos originarios de América. Como prueba de este aserto mendaz, se pretende presentar el hecho, indudablemente cierto, de la paulatina desaparición de las diversas tribus o naciones que al arribo de los europeos habitaban este continente. Pero lo que no se dice, lo que se oculta con malevolencia es que, después de medio milenio de regencia peninsular en esta parte de América (ya que no en todo el continente americano), la población hispanoamericana hoy alcanza la cifra de alrededor de 400 millones de almas, cifra que se incrementa en muchos millones más si le agregamos buena parte de la población brasileña de origen lusitano; y más aún, si a ellos les agregamos la población de origen africano que se encuentra perfectamente adaptada y participando de la misma cultura inculcada por la católica Portugal. Siendo sin embargo, que cuando los españoles llegaron a este continente, a duras penas lo habitarían, según cálculos efectuados por acreditados estudiosos de los fenómenos poblacionales y demográficos, entre cuatro y cinco millones de personas a lo más. Pero entonces ¿qué habría sido de las tribus hoy denominadas originarias y que ya no existen más? ¿Dónde están aquellos cuatro o cinco millones de aborígenes americanos? Pues, sencillamente, continúan su existencia en las personas de sus numerosísimos descendientes, la raza criolla hispanoamericana, conjunción de lo mejor del viejo mundo con el nuevo mundo, que al mestizarse, es decir, al integrarse familiarmente, arrojaron esta millonada de hombres y mujeres orgullosamente americanos.
Algunos criollos que, confundidos por la propaganda malévola emitida por los imperialistas que nos dominan, a veces despotrican contra España y reniegan de su presencia en América, no se dan cuenta de que si aquellos españoles no hubiesen mezclado su sangre, sin cálculos egoístas ni racismo alguno, con la de las etnias aborígenes, ellos mismos, esos tales protestatarios, no estarían aquí y ahora con nosotros porque nunca hubieran podido nacer.
Distinta fue, por desgracia, la suerte de los aborígenes en la región boreal de la América del Norte: ellos sí que fueron sistemáticamente masacrados y despojados de sus tierras por los especuladores anglosajones que les dieron tratamiento de animales, peor que el concedido al ganado. Lejos de integrarse con ellos para construir otra raza criolla, los mataron a casi todos y a los pocos sobrevivientes los acorralaron en zonas rurales llamadas “reservaciones”, donde permanecen establecidos hasta hoy en día sus raleados descendientes. ¡Y luego se atreven, aquellos genocidas consumados, a patrocinar toda clase de invectivas y de campañas difamatorias pretendiendo denunciar la inexistente masacre española de las tribus aborígenes! Tribus, digámoslo al pasar, que por otra parte no eran tampoco originarias de América, sino que sus antepasados habían migrado a estas tierras desde lejanos rincones del Asia y de Oceanía.
Por todo aquello, es preciso denunciar como una grave falsedad intelectual y mentira histórica todo lo que proponen los cenáculos autodenominados indigenistas, apoyados por gobiernos falsamente democráticos y progresistas, que los protegen y maniobran con miras a sus propósitos no declarados de destrucción de los pueblos hispanos. Porque ellos, de consuno con los poderes internacionales del dinero, quieren destruir a nuestros pueblos para sumirnos, a nosotros también, en la masa exponencialmente incremental de las poblaciones carenciadas, paupérrimas, ineducadas y, por todo ello, excluidas de los beneficios de la civilización. Buscan utilizarnos como mano de obra barata y servil, también convertirnos en conejillos de Indias para sus estudios médicos, económicos y sociales, y luego eliminarnos paulatinamente, hasta terminar con nosotros.
Y no se diga que exageramos o incluso que mentimos, porque cualquiera con un mínimo de preparación puede abocarse a investigar vía Internet y encontrar publicados en la red virtual los documentos que propalan el propósito de reducir la humanidad a cifras, según ellos, “más sustentables” que las de la actualidad. Lo mismo denuncia el padre Sanahúja, sacerdote argentino, en su muy recomendable libro “El desarrollo sustentable, la nueva ética internacional”, que es muy aconsejable consultarlo.
Dicho más claramente, que ellos –los imperialistas– persiguen eliminar, en una primera etapa, unos tres mil millones de habitantes de nuestro planeta.
Paladines de esa gesta vesánica y criminal son los dirigentes del Establishment norteamericano, desenmascarados a partir del conocido informe del maléfico mentor presidencial Henry Kissinger, que es usualmente mencionado como el Memorándum 200. En ese documento, en parte se dice y en parte se da a entender que las masas humanas que presentan un cuadro de insolvencia económica y cultural y de atraso respecto de la civilización moderna, cuyo trabajo esclavo hoy ya no resulta necesario a los explotadores capitalistas porque lo reemplazan con mejor resultado por el trabajo de las máquinas, esa masa de gente pobre e ineducada vendrían a ser como un peso insoportable sobre las espaldas de las minorías ricas y boyantes del mundo. Ello, a causa de su incesante reclamo por los alimentos, medicinas, vivienda y comodidades indispensables de que carecen; y que, por consiguiente, esas masas quejosas y pedigüeñas que afean el paisaje tienen que desaparecer. Esto quiere decir que al problema apremiante del hambre y de la enfermedad, que azota con la mayor fuerza a no menos de la mitad de la humanidad viviente, se le propone como solución la de eliminar de entre ellos a los más hambrientos y enfermos. Cínicamente expresado por la mentalidad liberal, la solución final para la pobreza consiste en matar a todos los pobres. “Si matamos a los pobres, se termina la pobreza, ¿no es así?”. Eso es lo que dicen.-
Claro está que, primeramente, ellos se encargaron de empobrecer a los pobres, quitándoles sus tierras, su alimento y su independencia, política y económica, saqueando sus riquezas naturales y sorbiéndoles su dinero duramente ganado por medio de los mecanismos financieros del préstamo y de la deuda; si no es que en muchos casos, por el expediente liso y llano de la invasión militar y de la guerra. De modo que estos pobres, a los que se acusa de inconscientes por atreverse a ignorar los postulados pretendidamente científicos de Thomas Malthus, de David Ricardo y de Adam Smith, gentes que se dedican desconsideradamente a aparearse y reproducirse trayendo numerosos hijos al mundo, con su intransigencia en sostener su estilo miserable de vida ya rebasan los límites de la tolerancia paternal de sus explotadores. Ha llegado pues, concluyen, la hora de deshacerse de ellos.
De deshacerse de ellos de la forma, entiéndase, que mejor convenga a los negocios. Por ejemplo, difundiendo entre esas masas pobretonas, mortíferas pandemias creadas en avanzados laboratorios dedicados a la guerra bacteriológica. Así, al paso que los van mermando a los pobres, van simultáneamente vaciando sus bolsillos por el expediente de cobrarles a altísimo precio las medicinas requeridas para su vacunación y para combatir las enfermedades que ellos mismos, los imperialistas, se habían encargado de esparcir.
Luego, existen otros métodos apenas un poco menos sofisticados como ser, la difusión de la práctica del aborto, que les viene bien para destruir la inocencia de las jóvenes y de paso, disuadirlas de la maternidad; la difusión del homosexualismo que, por supuesto, inhibe la procreación. Las prácticas anticonceptivas, la pornografía, la prostitución, el alcoholismo, el tabaquismo y la drogadicción ayudan considerablemente, cada cual a su modo, y al mismo tiempo rinden sabrosos beneficios. El divorcio también, porque destruye las familias constituidas y de paso, disuade de formar otras o de concebir nuevos hijos, además de contribuir al déficit de viviendas. Otro expediente es la profundización del hambre, que da cuenta de millones de seres humanos cada año, por inanición y enfermedades conexas.
Otro poco ayudan también las guerras, fuente de enormes negocios con pingües ganancias; porque, por ejemplo, permiten destruir casas, caminos, puentes, fábricas, obras de ingeniería, hospitales, oficinas, etcétera, que luego serán construidas nuevamente por obra de los generosos hombres de negocios procedentes de las potencias beligerantes y de sus socios o competidores en la fabricación masiva de armamento. Naturalmente, los restablecerán mediante la concesión compulsiva de créditos y la constitución de deudas impagables y eternas.
Finalmente, para cuando les convenga se dice que tienen preparado el holocausto final con la bomba de electrones, diseñada para matar todo ser viviente pero no sus casas, sus talleres y sus demás propiedades.
Todo aquello sin perjuicio de muchas otras formas de ralear la población mundial (como por ejemplo, sólo para mencionar una sola de entre varias de ellas, la práctica difundida de permitir y de no combatir la polución ambiental, producto de procedimientos fabriles criminales empleados por las industrias). Por supuesto, que la parte más perjudicada de la población, que es la destinada a sufrir y a perecer, es la que está integrada mayoritariamente por los pobres e insolventes… Por ejemplo, aquellos que viven hacinados en casas de lata y de cartón, a orillas de la inmundicia del Riachuelo.
Pues bien: precisamente a los fines de evitar que nos incluyan como víctimas en esa vesánica operación de aniquilamiento universal, que hoy está plenamente en proceso, los hispanos tenemos necesidad, aprovechando los múltiples vínculos que nos hermanan y evidencian nuestra progenie común, de reunirnos libremente en un bloque de naciones cohesionado que nos permita defendernos y sobrevivir.
Esa urgente necesidad es lo que, principalmente, otorga fundamento al propósito de los falangistas y de los demás patriotas cristianos de nuestros países, de empeñar nuestro esfuerzo en procura de dar amplia difusión a nuestros pueblos del peligro que todos corremos; y de proponer la solución más abordable, que es la de unirnos en un frente común contra el enemigo rapaz y sanguinario que nos amenaza.
Y no resulta, por lo tanto, favorable a esa reunión tan necesaria y tan esperada, precisamente dar pábulo a los sedicentes esquemas “indigenistas”, porque éstos tienen por finalidad manifiesta, disgregarnos y enemistarnos para que no podamos llegar a reunirnos jamás.
De modo que esta fecha epónima –lo digo para concluir– que estamos aquí celebrando, debería constituir una oportunidad más para reafirmar nuestros lazos de amistad con todos los demás pueblos hispanos del mundo; y de ratificar asimismo nuestro propósito de reunirnos y abroquelarnos: para nuestra salvación, la de nuestra posteridad y la de todos los hombres honestos del mundo que quieran venir a nuestra tierra para compartir nuestros valores y nuestro pan, en paz y en libertad.
Nada más.




(Palabras de uno de los miembros de la conducción de la ORP, Andrés Berazatégui):
Compañeros:
Estamos reunidos en este solar -custodiados por la insigne figura del Cid Campeador que, como reza la leyenda que preside su frente, es representación del “espíritu caballeresco de la raza”-, para rememorar una de las fechas liminares en la custodia de nuestra herencia religiosa, cultural y política que nos legara nuestra madre patria.
Hubiésemos querido que este humilde acto fuera simplemente de homenaje a la grandeza de España, a su obra civilizadora y a la estirpe hispanoamericana. Sin embargo hoy venimos, a la vez que con intención vindicadora de la Conquista, por un hecho lamentable propiciado por el actual gobierno nacional.
Hecho que es mucho más que el simple cambio de nombre de una fecha fundacional, mucho más que un simple eructo de progresismo de nuestro políticamente correcto gobierno. Es mucho más que eso: es la negación de nuestra historia, de nuestra cultura, de lo que hay de más promotor y suscitante en nuestro nacimiento como pueblos del Occidente.
En efecto, el cambio del tradicional “Día de la Raza” por un relativista y gramsciano “Día de respeto por la diversidad cultural”, no hace sino echar una losa sobre nuestro pasado intentando borrar con una simple medida legal la obra magnífica de conquistadores y misioneros, de reyes y aun de serviciales y heroicos aventureros.
Y lo más increíble es que esto suceda en un gobierno que se dice “nacional y popular” e incluso peronista. Pero, ¿hay que recordarles a estos falsarios que fue don Hipólito Irigoyen quien instituyera esta fecha? ¿Acaso saben de la encendida defensa que Juan Perón hiciera de la conquista española? No saben –u ocultan- que este último por ejemplo dijo en un discurso de homenaje a España un 12 de octubre justamente:
“Si la América española olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez”.
Pero, ¿qué tiene que ver la obra de estos dos próceres auténticamente nacionales y populares con la medida del actual liberal-progresismo en el poder?
Y todo esto mientras también se proclama la unión de los pueblos de la América luso hispano parlante. ¿Sobre qué fundamentos espirituales, lingüísticos y jurídicos se hará tal unión si se niega la obra de España en nuestras tierras?
Es de notar –una vez más como si hiciera falta- que siempre las izquierdas, como la actual en el gobierno en su vertiente progresista, toman decisiones funcionales a los designios imperialistas de las derechas que aquéllas dicen denunciar.
Nosotros los peronistas y los auténticos nacionales en diversas expresiones, venimos a recordar y defender la heredad que nos fuera confiada por nuestros antepasados. Y con agradecido reconocimiento y fidelidad a nuestra raza, a nuestra estirpe hispano criolla, levantamos en alto el pabellón azul y blanco, mas también la bandera de la España inmortal, conquistadora y misionera, proclamando a los cuatro vientos para todo aquél que quiera oír el orgullo de nuestra filiación hispánica:

¡Arriba España!
¡Arriba Hispanoamérica!
¡Viva la Patria!

NOTA DE P DE H: El acto se celebró sin ningún tipo de incidentes, y concurrieron alrededor de 25 militantes. Si bien, la concurrencia no fue multitudinaria, se compensó esa carencia, por la formación de quienes allí dijeron presente. Lo dicho pudo verificarse en varios debates que mantuvieron los organizadores del acto, con transeúntes que se acercaban a ver de qué se trataba. Después de los discursos, los participantes cantaron "Cara al Sol" en homenaje a los compañeros de FE de las JONS, y como cierre del evento, todos emocionados el Himno Nacional Argentino.

1 comentario:

Hispanorrevolucionario dijo...

Desde España ¡Buen acto compañeros!

¡Que viva Perón, carajo!

¡José Antonio presente!

Es la hora de la Hispanidad, es la hora de la revolución social.