martes, diciembre 11, 2007

Asumió Cristina y habló del acuerdo social y la educación como objetivos de su gobierno

Juró ante el Congreso como sucesora de Kirchner. Improvisó un discurso de casi una hora que marcó fuertes señales de continuidad. Ratificó su compromiso con la calidad institucional. Y reivindicó el proyecto de pacto social.

La Argentina tiene desde ayer a una mujer en la Casa Rosada. Eran las 15.11 cuando Cristina Fernández, con voz enérgica, juró como Presidenta de la Nación ante la Asamblea Legislativa, reunida en el Congreso. Usó su apellido de casada cuando leyó el juramento. Cuatro minutos después, su esposo y jefe de Estado saliente, Néstor Kirchner, le puso la banda celeste y blanca que le cruzó el pecho y le entregó el bastón de mando. En ese instante, se miraron con complicidad y a ella se le escapó la emoción contenida. Luego se fundieron en un abrazo: Cristina había dejado de ser la primera dama y ya era su sucesora.

La banda presidencial fue el contraste perfecto con el elegante conjunto color tiza que lució la Presidenta. La tarde, con un sol espléndido, resultó la antítesis de la tormentosa mañana que había amenazado con aguar la asunción. Frente a los senadores y diputados, Cristina hizo un discurso compacto, bien armado. Contrariamente a lo que han hecho sus antecesores, no fue leído. Tampoco improvisó: tenía bien estudiadas sus palabras.

Su llegada a la presidencia supone la continuidad del proyecto iniciado por Kirchner hace más de cuatro años. Eso se evidenció en su discurso, en el que reivindicó la gestión de su marido y remarcó su decisión de sostener el modelo. Sin embargo, también le dio cierto perfil propio, ya desde el arranque: "Vengo a tomar posesión del cargo", avisó.

Centró sus palabras en cuatro ejes: mejora de las instituciones, la sociedad como partícipe necesaria para eso, el llamado modelo económico de acumulación con matriz diversificada y la inserción en el mundo.

Aplaudida varias veces, emocionada otras tantas, la Presidenta pareció definir sus prioridades cuando pidió "encontrar formas dignas de lucha para defender a la educación pública" y cuando instó a reconstruir el "imprescindible valor de la seguridad".

Sabe Cristina que ese último ítem, el de la inseguridad, aparece como la primera demanda social en cualquier encuesta que mida la preocupación ciudadana.

Como en la campaña, se detuvo a explicar la teoría sobre el pacto social que pregona y la necesidad de aumentar el protagonismo del sector industrial. "Siempre digo que me encantaría vivir en un país donde los mayores ingresos los produjeran la industria; seguramente, viviríamos en uno de los grandes países desarrollados", dijo.

Previsible, el Congreso recibió a la Presidenta colmado, desbordado de presencias, visitas, periodistas y delegaciones. Se la vio algo nerviosa cuando ingresó al recinto de Diputados y recibió una lluvia de papelitos y una ovación.

Los presidentes de los países latinoamericanos y representantes de otras naciones se sentaron a pocos metros de ella, en un palco lateral. Los gobernadores de varias provincias se ubicaron debajo del estrado principal. Por supuesto que estaba todo el Gabinete y también, claro, la familia directa: sus hijos Máximo y Florencia, su madre y su hermana.

La Presidenta arribó al Congreso a las 15.02. Puntual. El helicóptero presidencial partió de Olivos a las 14.45 y aterrizó pocos minutos después frente a la Casa Rosada. Sólo iban a bordo Kirchner, Cristina, Florencia y un secretario. Antes de que bajaran, el piloto debió detener el motor para que el viento generado por las aspas en movimiento no despeinara a las damas.

Un Audi gris recorrió, raudo, el corredor formado sobre Avenida de Mayo, desde la histórica plaza hasta el Palacio Legislativo. En sus últimos momentos como mandatario, Kirchner intentó disfrutar en ese trayecto del calor popular: sólo su mano pálida sobresalía de la ventanilla polarizada del vehículo, apenas abierta, saludando a la gente que acompañó el recorrido.

El radical Julio Cobos, nuevo vicepresidente, y Daniel Scioli, el vice saliente, recibieron a Cristina sobre la avenida Entre Ríos. Cobos juró después de ella y se ganó un abrazo de Kirchner.

Hubo un momento gracioso con el ahora ex presidente. Se había apurado para ponerle la banda a su mujer y se olvidó que ambos debían rubricar el acta que tenía lista el Escribano. "No, no. Tenemos que firmar primero", retó Cristina. "Je, nunca pude aprender el protocolo", respondió él frente al micrófono. Kirchner parece disfrutar de ese personaje atolondrado que nació el primer día de su gobierno, cuando chocó con un fotógrafo y se tajeó la frente.

Desde el momento en que asumió el mando, acompaña a Cristina una edecana. Es una novedad que ella impuso: hasta ayer siempre fueron militares varones quienes ejercieron la función de auxiliar a los presidentes.


Tabaré: aplausos en el Congreso y una dura crítica de Cristina por Botnia.

La Presidenta aseguró que no ahondará el conflicto, "que no nos es imputable".

Cuando promediaba su discurso a la Nación, y entre los cinco lineamientos de política internacional que ayer planteó ante el Congreso, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner envió dos contundentes mensajes a su ahora colega, Tabaré Vázquez, presente allí, y también al pueblo uruguayo.

Al tiempo que señaló que el conflicto pastero "no" le era "imputable" a la Argentina porque fue el país vecino el que ha "violado el Tratado del Río Uruguay", aseguro que con ella Presidenta, el mandatario oriental "no va a tener" un "sólo gesto que profundice las diferencias" que ya mantienen los gobiernos. Pese a la claridad de las dos señales, las palabras de Cristina sorprendieron a no pocos extranjeros, puesto que le hablaba, firme, a alguien que dada la situación no podía replicar.

Vázquez que aterrizó ayer en Buenos Aires a las 14.40 para participar únicamente de la asunción de Fernández, la oía serio, circunspecto. Bajaba la cabeza. Y hasta movió los labios en lo que pareció el esbozo de una sonrisa. Aplaudió luego algo incómodo con el resto de los presidentes e invitados que desbordaron el Congreso. Fue cuando Cristina envió un mensaje a los "compatriotas de Uruguay", de la "Patria Grande", a los que dijo sentir como "argentinos" y "siempre nuestros hermanos".

Por su parte, Néstor Kirchner, cuyos cercanos no dudan en confesar que sigue criticando fuertemente a Vázquez, oía a su mujer con los labios apretados.

A la salida del Congreso, Vázquez dijo a la prensa sentirse "muy feliz" y que "el presente" iba a ser "mejorable, sin lugar a dudas" . También felicitó a los argentinos. Pero se marchó a Uruguay en helicóptero, desde la base militar de Aeroparque, pasadas las 16.30, sin haber intercambiado palabra alguna con los funcionarios del Gobierno.

Ayer por la mañana había sido el reconfirmado jefe de Gabinete Alberto Fernández, quien celebró la presencia de Vázquez en la asunción de Cristina. "Peor hubiera sido que no viniera", respondió ante quienes lo abordaban para preguntarle sobre la ausencia de Vázquez, el domingo, en el lanzamiento del Banco del Sur, y en la cena de gala que los Kirchner dieron a las delegaciones extranjeras.

Y a la tarde, Cristina subrayó su agradecimiento a "la presencia del presidente de la República Oriental del Uruguay, el doctor Tabaré Vázquez", saludado con una ovación.

Allí se explayó la nueva Presidenta: "Con la misma sinceridad quiero decirle que esta situación que hoy atravesamos no nos es imputable porque más allá de medidas que muchas veces podemos no compartir lo cierto es que nosotros nos hemos presentado en la Corte Internacional de La Haya porque se ha violado el Tratado del Río Uruguay al instalar las pasteras sin el consentimiento" argentino. Continuó: "Este y no otro es el conflicto y resituar el conflicto requiere también un ejercicio de sinceridad por parte de todos nosotros que no significa ahondar la diferencia, simplemente saber cuál es la diferencia para darle gobernabilidad a esa conflictividad."

Pese a la muy deteriorada relación con Uruguay, Tabaré y Cristina buscaron dar una vuelta de página a lo que fue el vínculo del uruguayo con Néstor Kichner. El fue el primer mandatario en felicitarla por su triunfo el 28 de octubre. Y ella después tuvo otros dos gestos. Informó que estaría en Montevideo para la cumbre del Mercosur, el 18 de diciembre. Y ante Clarín apuntó que ahora había que "esperar el fallo de La Haya", reconociendo que Botnia iba a empezar a funcionar. Y que entonces, lo que restaba era esperar "si contamina o no".

Pero algo no estaba previsto. Que en plena Cumbre Iberoamericana, en Chile, en noviembre, cuando la mediación de la corona española buscaba algún acercamiento político entre las partes, Vázquez se apresurara a autorizar el funcionamiento de Botnia. Algo que Kirchner consideró una puñalada por la espalda.


Muchos invitados en el recinto pero sin la marcha peronista.
Las primeras palabras de Cristina Kirchner como Presidenta, segundos después de jurar, fueron para su marido Néstor en tono de reto: "¡Pará, tenemos que firmar primero!", lo regañó entre dientes cuando él amagó con entregarle los atributos del mando -la banda y el bastón- antes de tiempo.

Un minuto más tarde, ya cumplida la formalidad, Néstor Kirchner apeló a la ironía. "Nunca pude aprender el protocolo", dijo frente al micrófono, y arrancó risas entre los presentes.

Pero Cristina no cambió su gesto adusto -sólo se lo permitió en el emocionado abrazo con su marido-, tal vez producto de los nervios por estar ocupando un lugar en la historia como primera mujer elegida presidenta en Argentina. También fue serio el discurso, cortado varias veces por aplausos, y con algunas lágrimas en los ojos y voz entrecortada cuando mencionó a Evita y las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

El recinto de diputados estuvo repleto, y desde las bandejas superiores cayó una lluvia de papelitos (unos firmados por "Compromiso K", otros por una agrupación legislativa) que habrán impresionado a los presidentes extranjeros presentes. Pero no se cantó la marcha peronista.

En un palco se acomodaron Hebe de Bonafini y un grupo de Madres, en el de al lado, la Abuela Estela de Carlotto. Sus diferencias son públicas. Debajo de ellas, el ex juez de la Audiencia española, Baltazar Garzón. Más allá se vio al ex ministro y ex candidato opositor Roberto Lavagna, quien ingresó en silencio rodeado de una nube de periodistas, mientras a pocos centímetros entraban sin el mismo acoso los miembros de la Corte encabezados por Roberto Lorenzetti.

Y en otras sillas se vio una concurrencia variada: el ex arquero de fútbol Ubaldo "Pato" Fillol, los boxeadores Jorge "Locomotora" Castro y Marcela "la Tigresa" Acuña, muy cerca del jefe de la CGT, Hugo Moyano. El otrora famoso Tula, sin sus bombos y trompetas y con una remera roja "comprada en Alemania", se quedó en los pasillos. Su "look" desentonó fuertemente con los trajes oscuros y vestidos de cóctel que iban y venían por el Salón de los Pasos Perdidos.

La ceremonia estuvo rodeada de extremas medidas de seguridad. Un vallado se extendió por la Avenida de Mayo y había un policía cada cinco metros. La ciudad quedó cortada en dos, no sólo para los autos: hasta se obligó a los peatones que iban por Callao a dar un largo rodeo de ocho cuadras para cruzar Rivadavia y retomar su camino. También se cortó en dos el palacio legislativo. Puertas cerradas, custodios y gente de protocolo en los pasillos.

Tal vez por seguridad, la entrada del Senado, por donde ingresaron los mandatarios extranjeros, fue un show aparte: las comitivas llegaban precedidas por el ulular de sirenas y motos policiales a toda velocidad. Los autos de lujo se detenían con un chirrido de gomas como si los corriera el diablo. De ellos, bajaban los presidentes y se zambullían en el Palacio. Sólo Hugo Chávez llegó un poquín tarde, cuando el vice, Julio Cobos, ya había jurado.

A las 16.30, Cristina y Néstor Kirchner emprendieron el camino a la Casa Rosada, a contramano por las avenidas Rivadavia y De Mayo. Y el Congreso quedó vacío, tal como desaparecieron de repente las incómodas medidas de seguridad.



Los ministros juraron en un acto sin liturgia peronista


Un escuadrón de trajes azules, perfectos, esperó toda la tarde la llegada de Daniel Osvaldo Scioli a la Gobernación para la jura de sus ministros. Eran las segundas líneas políticas, mezclados con curiosos y buscadores de oportunidades que se convocan cada cuatro años en el Salón Dorado.

Scioli tuvo tiempo para todos. Es su estilo. Después de la Asamblea Legislativa cruzó la plaza San Martín entre una muchedumbre diversa de gauchos ataviados y habitantes rotundos de La Matanza, entre otros distritos del Gran Buenos Aires. La presencia del ex presidente Néstor Kirchner había estimulado su ánimo. No estaba en el protocolo. Fue sorprendido y en sus cercanías tomaron la visita como un mensaje explícito: "Es una muestra de apoyo invalorable", comentaron en la Casa de Gobierno.

El Salón Dorado estuvo repleto. Cero folclore peronista. La banda de recepción desplazó a los bombos. La percusión partidaria parece ser una tendencia declinante.

"¡Llegó!" La voz desparramó el alerta un segundo antes de los empujones. El flamante gobernador se instaló en la tarima encabezada por una mesa sobria, con un crucifijo al centro como encabezando la ceremonia. Los ministros a asumir, detrás, en la forma de un hemiciclo nervioso. Enfrente, justo delante del gobernador, en la primera línea de sillas, Karina Rabolini asentía ("Está todo bien").

El procedimiento formal había comenzado. Con el acta 78 el escribano Ramón Sofanor González Fenández inició el desfile de firmas. Alberto Pérez (ministro de la Jefatura de Gabinete y Gobierno) fue el primero de la serie. Juró por Dios y por la Patria. Rafael Perelmiter, contador de la familia Scioli y desde anoche ministro de Economía, comprometió un "Sí, juro", pero volvió a la fila sin firmar el libro. Advertido, regresó para hacerlo.

El ambiente permanecía sobrio. Sólo Carlos Stornelli llevó hinchada. Recibió un aplauso sonoro y voces elegantes. "¡Bravo!", a la manera de una gala de ópera. El ex fiscal abordará una gestión muy expuesta desde la cartera de Seguridad. El delito callejero, contra la propiedad y la vida de la gente encabeza las preocupaciones de los bonaerenses. "Es nuestro mayor problema", admitió Scioli en su mensaje legislativo. "Es posible restablecer la seguridad", había comprometido en el discurso ante el Parlamento provincial (ver página 24).

El aplausómetro en el Salón Dorado mantuvo la aguja cuando Cristina Alvarez Rodríguez, la sobrina nieta de Evita, juró como ministra de Obras y Servicios Públicos. La funcionaria tendrá, entre otros objetivos, completar las obras de saneamiento de la cuenca del Salado, una de las regiones más fértiles de la llanura bonaerense siempre en riesgo de inundación.

Algún comentario sin pretensiones de crítica percibía, hasta ese momento, demasiada ostentación para un acto político. Casi al final, alguien se animó a elevar el tono: "Aguante, Pepe". Era una demostración tribunera destinada a José "Pepe" Scioli, hermano del gobernador y desde ahora responsable de la estratégica Secretaría General.

El gobernador se encargó de una distribución de ministerios que incluye al Frente Para la Victoria, a ex colaboradores de Felipe Solá y hasta algún histórico del PJ, como Alfredo Atanasof (será secretario de Promoción de Inversiones, Exportaciones y Cooperación Internacional).

De la gestión felipista quedan Mario Oporto (Educación) y Débora Giorgi (Producción y Asuntos Agrarios). También Sara Derotier de Cobacho en Derechos Humanos. Juró con un pañuelo blanco, símbolo de su pertenencia a las Madres de Plaza de Mayo, y lo hizo por "la verdad, la justicia y la memoria".

No hubo discurso de cierre. La dialéctica no es una actividad que entusiasme mucho a Scioli.

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