(Clarin, 3 de abril del 2007).
Los Veteranos hicieron flamear la Bandera en el cementerio de Darwin
Pese a que está prohibido por los británicos. Fue la primera vez desde la derrota argentina de 1982. Además, cantaron el Himno Nacional a capella. Y algunos llevaban camisetas de la Selección de fútbol.
La Patria también se escribe con escenas pequeñas. Como la de Daniel Marini, que todos los días iza una bandera en un mástil que puso en el fondo de su casa, en Villa Luzuriaga, para que su hija de cuatro años —la menor de tres hermanos a la que llamó Soledad, como una de las islas, claro— aprenda a cantar el Himno.
Daniel jamás se imaginó que esa bandera, dos metros y medio por uno de paño celeste y blanco, iba a ser la primera de un soldado que llega a las islas Malvinas, 25 años después de la guerra de 1982. El y otros cuatro ex combatientes, la colgaron del cenotafio donde están inscriptos los 649 nombres de los muertos argentinos en el conflicto, ayer en el cementerio de Darwin, pese a que está prohibido.
Pero esa no fue la única ofrenda de los veteranos de Malvinas para sus compañeros caídos en batalla. A las 12 exactas del mediodía, los cinco soldados entonaron el Himno abrazados y mirando hacia la bahía de San Carlos, hacia el noroeste, hacia donde otros cientos de ex combatientes cantaban el mismo himno desde otros rincones de la Argentina, pero mirando hacia el sudeste, mirando hacia ellos, en Darwin.
El himno sonaba fuerte y desafinado, pero no importaba. Daniel Marini, un soldado de San Justo que participó del repliegue hacia Puerto Argentino y vio morir a demasiados chicos, tenía un buzo blanco y celeste con el nombre de su batallón y una boina.
A su lado, Eduardo Conde, otro bonaerense que llegó con el Regimiento de Caballería de La Tablada, vestía anteojos negros y campera roja. Terminó postrado en solitario silencio ante varias de las tumbas que recuerdan a soldados con nombre y apellido, y también a otros sin identificación con la inscripción "Soldado argentino sólo conocido por Dios".
"El Negro" Ramón Robles, nacido en La Matanza e integrante del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 de La Calera, Córdoba, llevaba una campera negra con la inscripción "Malvinas, Volveremos" y una gorra de lana verde y blanca del club Laferrere.
Pocos se arriesgarían a descubrir en "El Negro" Robles a aquel soldado que combatió en Supper Hill, cuando las tropas argentinas comenzaban la desordenada retirada hacia Puerto Argentino.
El cuarto veterano era el abogado correntino Mario Oscar Núñez, ya célebre por su abrazo con un comando inglés contra el que combatió en Pradera del Ganso. Además de su emoción cargada en las mandíbulas, Núñez llevaba ayer un pantalón verde camuflado de combate y una camiseta de la selección argentina.
El número cinco era Guillermo "El Mono" Vélez, de La Plata, que participó de la carnicería desatada en el Monte Longdon y que ayer se ayudó de un aparato de MP3 y unos auriculares para marcarles a sus compañeros los tiempos musicales de ese himno que cantaron a los gritos pelados.
Testigos de la escena fueron el grupo de periodistas argentinos, españoles y británicos que cubren los 25 años del 2 de abril. Varios choferes isleños, que observaban la escena con extrañeza y en silencio. Y otro ex combatiente, pero del otro bando. El escocés Brian Donaldson, que había tocado su gaita en la fría conmemoración que los kelpers hicieron el domingo en Puerto Argentino.
Ayer no hubo gaita ni uniforme, pero sí un saludo respetuoso a los que habían sido enemigos en el campo de batalla.
Los veteranos de Malvinas habían pasado la noche en una posada cercana al cementerio sin poder dormir. Habían recibido el primer minuto del 2 de abril mirando las estrellas y hablando de lo único que hablan en estos días: de la guerra, de aquella guerra; de su guerra. "El Mono" Vélez cuenta un pequeño incidente nocturno.
"Ayer (por el domingo), de repente vimos venir a una patrulla británica, con cuatro soldados. Fue un flashback..., por un instante pensé que estaba de nuevo en la trinchera". Pero no. Era precisamente una patrulla, que vigilaba la zona del cementerio.
Los soldados del pasado y los del presente fueron al encuentro; se cruzaron algunas palabras y algunos gestos para entenderse. Todo, afortunadamente, terminó en paz y con una foto que quedó en el celular del argentino.
Después de cantar el himno y de desplegar la emoción por ese cementerio lleno de cruces blancas y rosarios celestes y blancos, los veteranos se relajan un poco. Miran una a una las tumbas de sus compañeros caídos; recuerdan a algunos de los conocidos en alguna trinchera y vuelven a hablar de la guerra. "Ojalá hubiera tenido una campera de éstas", dice Vélez, el más extrovertido de este 2 de abril que empezó nublado, con niebla y viento rugiente, pero que ahora —pasado el mediodía— luce un inexplicable sol de otoño.
Argentinos al fin, los soldados de Malvinas cierran el día más esperado de sus vidas sacando unos sanguches y unas empanadas que consiguieron vaya a saber dónde y que comparten con el resto de los presentes, en medio de las tumbas, de las piedras que llenan los caminos del cementerio de Darwin y del dolor, que estruja las almas de todos los que recuerdan que aquí murieron demasiados argentinos hace sólo 25 años.
NOTA DE P. DE H: Desde Puerta de Hierro decimos con agradecimiento y admiración: HEROES DE MALVINAS...¡PRESENTES!, ¡DIOS Y PATRIA: O MUERTE! ¡VOLVEREMOS!
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